Es la 1.35 del
3 de enero del 2013. El té con leche que tengo enfrente humea de tranquilidad,
mientras el silencio de la casa es interrumpida por la estridente guitarra de
Ace Frehley. La oscuridad se ve invadida por la luz de la cocina y del monitor
de la PC. Hoy
debería ser un día normal de verano, pero no lo es: hace 22 años yo estaba
naciendo. Bah, para ser exactos llegué a este mundo a las 9.50, pero las
convenciones de esta sociedad marcan que pasada la medianoche del día en que
uno nace ya es su cumpleaños.
Sin embargo
esto no es lo importante. Ahora estoy tecleando y armando este texto a base de
improvisación, entretanto que los recuerdos se arremolinan en mi mente como un
tornado. Una fecha festiva como ésta realmente invita a uno a reflexionar, a sentarse
a solas y mirar su propio reflejo en el espejo para saber quién es, de dónde
viene y hacia dónde va.
Estos nuevos
22 años de existencia marcan una especie de bisagra en mi vida. Hace poco menos
de un mes (el 19 de diciembre para ser exactos) me recibí de Técnico Superior
en Periodismo o, dicho en criollo, de periodista. El 2012 se llevó el último de
tres de los mejores años de mi vida, en los cuales aprendí mucho más de lo que
pude hacer en seis de secundario. A saber: que querer es poder y mucho –y que
yo pude, puedo y podré-; a controlar varios de mis sentimientos; a tratar con
diferentes tipos de personas y ver con cuales podría relacionarme para bien; a
reconstruir relaciones que creí destruidas, aunque también a distanciarme de
algunas de las cuales pensé que serían eternas; a encontrar verdaderos maestros
y docentes no solo de la profesión, sino de la vida; a hallar nuevos amigos; a
escribir un poco mejor; a callarme y a gritar; etc. Pero también cambié y
descubrí nuevas motivaciones, mientras que algunas de las que antes me
estimulaban ahora me aburren. Y me volví más frío, calculador y distante, algo
posiblemente impensado a mis 19 años. Esto es el reflejo del espejo en el cual
hoy siento la necesidad de reflejarme para poder transcribirlo. Y así seguir
negociando como peleando conmigo mismo.
Ahora estos 22
me encuentran contento, sin barba en la cara –esto es una excepción-, con
muchas ganas de escribir y de cumplir todas mis metas. Es verdad que suena muy
cliché, pero es así. ¿Qué más puedo decir? Comencé festejando este nuevo número
con mi grupo de amigos del secundario en casa de mi madre y con un llamado de
mi padre, quien tuvo la gran ocurrencia de llamarme un minuto antes de
medianoche. Ahora es 2.23 y me encuentro completamente solo en casa. El disco
Psycho Circus de Kiss acaba de terminar y mi taza ya está vacía.
Pasando en
limpio: ¿Quién soy? Un periodista de 22 años con muchas ganas de seguir este
camino que se llama vida y de cumplir todas sus ambiciones. Un tipo que a los
22 no perdió la costumbre de sentirse loco y diferente. Un hombre que todavía
mantiene esa ilusión de niño de cambiar el mundo con una poesía. Sí, toda una
locura, igual que el significado del número 22 en la quiniela.
Perdón por el “yoísmo”, pero hoy tengo la necesidad de reflejarme y hacer un balance general. Porque quien no se analiza, no se mira y no se desafía no puede cambiarse a sí mismo. Mucho menos a su entorno. Y más que menos ser periodista, poeta o escritor.
(Alejandro Caminos, 2013)